martes, 4 de marzo de 2008

EL HOMBRE TESTARUDO

III


Lluvias mil caigan sobre el pequeño poblado. Los ríos y las quebradas, estaban desbordadas. El agua lo invadía todo. Las casas se iban sumergiendo poco a poco. Las pertenencias de las gentes, flotaban. Sabían que ese era el final de su pueblo. Llevaba ya varios días lloviendo y aún no se vislumbraba cuando iban a cesar las lluvias. Al fin decidieron abandonarlo todo y ponerse a salvo.
A prisa recogieron lo que pudieron y se embarcaron en todo lo que flotara, pequeñas canoas o balsas, tablas o troncos flotantes. Solo un viejo anciano, se rehusó a seguir a sus vecinos y se subió al lugar más alto del pueblo, un viejo minarete.

! – Hombre de Dios, le gritaban los otros desde sus improvisadas barcas, baje y súbase a nuestras barca, no hay nada que hacer, con la ayuda de Dios, iniciaremos una nueva vida en otro lugar.

El anciano, les contestó:

- No, no. Buenos hombres, marchad tranquilos. Dios jamás me abandonará. De seguro Dios me abrirá un camino para que yo pueda pasar por en medio del agua o me enviará una ángel para que me salve.
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- Fueron muchos los que le pidieron se fuera con ellos, vecinos y parientes intentaron convencerlo de que ya no había nada que hacer, pero todo era inútil, hasta amenazó a quienes intentaron acercársele. A todos les decía lo mismo.
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- El anciano era testarudo y no entendía razones. Así que se alejaron, dejándole cerca un tablón, pensando que a último momento recapacitaría y se pondría a salvo. Ellos no podían esperar más.
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- El anciano les repetía:
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- - No temáis por mí. Ustedes son buenos hombres, pero tenéis poca fe. No voy con ustedes ya que estoy seguro que Dios no me va a abandonar. El me ayudará. De seguro un Ángel vendrá a salvarme. Marchad y que Dios os bendiga.
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- Todos se alejaron con gran tristeza, no había manera de convencer al viejo. Si esperaban más, ellos también serían arrastrados por las aguas hacía una muerte segura.
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- A los pocos minutos de alejarse los últimos vecinos, el nivel de las aguas subió hasta engullir el minarete y con ella al anciano.
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- No se sabe cuánto tiempo pasó hasta que éste apareció en las puertas del cielo, estaba todo furioso y gritaba lleno de ira por lo que le había ocurrido.
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- -Pidió hablar inmediatamente con Dios. Malhumorado decía que no estaba para esperas y que tenían que atenderlo en el acto.
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- ¡Quiero hablar inmediatamente con Dios¡…¡y no estoy para esperas!
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- - Uno de los habitantes del cielo se le acercó y le preguntó,
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- ¿ Que os pasa buen hombre ¿
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- El anciano, en tono alto, respondió Cómo que qué pasa? Soy de la aldea que se ha inundado. Siempre he sido fiel al Dios y tuve fe en que no me abandonaría.– Al compás de sus palabras, sus ojos se volvían rojizos - ¡Pero lo ha hecho, me ha dejado morir aún sabiendo que yo confiaba en él y no me ha prestado ninguna ayuda!
- - ¿Ninguna ayuda? – Replicó su interlocutor, mientras ojeaban lo que había acontecido y le dijeron:
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- – Dios te envió varios vecinos dispuestos a ayudarte y barcas para que te pusieras a salvo, hasta te dejaron un tablón para que flotaras. Tú te negaste a recibir ayuda y rehusaste las barcas y ni siquiera pusiste atención al tronco que te dejaron ¿que esperabas?

¿Que Dios me salvara con un milagro o que por lo menos me enviara Un ángel, que me salvara, respondió el anciano. ¡

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